Es importante ir chequeando lo que hacemos y lo que sentimos, y expresar lo que nos pasa, e ir visibilizando las prescripciones, es decir, las ideas culturales que están a la base de los mandatos o lo que pensamos que deberíamos ser o sentir, para que podamos hacer una re lectura de nosotras mismas, desde un nuevo lugar de conexión con nuestras voces y nuestras necesidades.
En mi trabajo clínico, el mayor porcentaje de consultantes individuales que atiendo son mujeres. Al trabajar en estos procesos terapéuticos, casi invariablemente llego al lugar de revisar junto a ellas, cómo hemos construido una imagen de nosotras mismas que está saturada de ideas patriarcales y de mandatos que, con el tiempo, nos generan malestar, hasta que logramos visibilizarlos y en cierto nivel rebelarnos, desacatando aquellos mandatos e ideas que consideramos injustas y construyendo una identidad que tenga más que ver con nuestras necesidades y con nuestras propias voces.
Una autora que estudié mientras me formaba como psicóloga en los 90, Ana María Daskal, propuso prestar atención sobre la vida cotidiana de las mujeres, en particular el conjunto de actividades diarias que una mujer realiza, el grado de reconocimiento o de invisibilización de las mismas, las capacidades y talentos que ellas exigen, y la horas dedicadas al descanso y al placer. Estas ideas me parecieron muy interesantes y útiles, ya que en la vida cotidiana están encerrados e invisibilizados los temas más difíciles, profundos y complejos: el poder, las delegaciones, los estereotipos, las sub y sobrevaloraciones, las desigualdades, las “naturalizaciones”.
En el espacio del trabajo doméstico, con la invisibilización y desvalorización que implica, la doble o triple jornada de trabajo, el ejercicio de la maternidad, con sus supuestos, presiones y condicionamientos, encontraremos aquellas claves que nos permiten comprender el malestar de las mujeres.
Al ir trabajando con el registro minucioso de cada una de las actividades que desarrollamos diariamente, podemos tomar consciencia de la multiplicidad de actividades que realizamos, a veces incluso simultáneamente. El establecer el nexo entre esta multiplicidad de actividades y las emociones que nos generan es parte de la tarea. En esta etapa puede pasar que no exista registro de ciertos malestares. O que justifiquemos los múltiples roles a partir de naturalizarlos. O que nos acusemos de nos ser lo suficientemente “resistentes” o “fuertes” como para realizar todo esto sin esfuerzo y de buen humor.
En este punto, el tema del registro de malestar en la mayoría de los casos es “contracultural”, en el sentido de que va en contra de muchos de los mandatos recibidos acerca de lo que significa ser mujer.
Es importante ir chequeando lo que hacemos y lo que sentimos, y expresar lo que nos pasa, e ir visibilizando las prescripciones, es decir, las ideas culturales que están a la base de los mandatos o lo que pensamos que deberíamos ser o sentir, para que podamos hacer una re lectura de nosotras mismas, desde un nuevo lugar de conexión con nuestras voces y nuestras necesidades.
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