La declaración más sensata y honesta que me resulta en los procesos de terapia que acompaño, es mostrar a los consultantes que este constituye una propuesta relacional que se construye en conjunto, en donde la historia que han escrito de sus vidas no se puede cambiar, pero sí existe la posibilidad de visibilizar aquellas escenas que no les permiten avanzar, donde logren caminar con estos zapatos nuevos
Un día una de mis consultantes me dijo que la terapia para ella era “caminar con zapatos nuevos”, que este proceso en el cual yo la ayudaba era un continuo ejercicio de reflexión que la lleva a planos ocultos e impensados de su historia.
Cuando somos pequeños y aprendemos a caminar, no nos detenemos a reflexionar sobre las dificultades, peligros o desafíos de este aprendizaje, nos impulsamos al mundo con curiosidad. Cuando crecemos y llegamos a ser adultos, cuando en este caminar nos hemos tropezado un par de veces, nos hemos caído o hemos tenido que retroceder porque algo no salió bien, la curiosidad deja de ser el motor que mueve nuestra existencia, nos damos cuenta que la cautela, el apoyo, la claridad y el aprendizaje son aspectos fundamentales para mantenernos de pie en el camino que creemos que es el mejor para nosotros.
Caminar con zapatos nuevos… si reflexionamos sobre esto, cada uno puede dar una interpretación distinta a esta metáfora dependiendo de las propias experiencias, relaciones y forma de ver el mundo; podemos entender que hay situaciones en la vida que no necesariamente nos dejan inhabilitados o incapacitados para hacerles frente, pero sí, nos aquejan, preocupan y nos producen sufrimiento. Entonces el principal paso para enfrentar y asumir que debemos detenernos a mirar lo que nos ocurre es precisamente el primer recurso que emerge, es entender que contamos con habilidades personales y relacionales para solicitar apoyo, ayuda y comenzar a dar solución a lo que nos entrampa.
Cuando pensamos en un proceso de terapia individual, familiar o de pareja, entendemos que la mayoría del tiempo entramos en un espacio complejo producto de una problemática que nos aqueja, nos conducimos en un viaje donde esperamos tener respuestas, que nos digan lo que ocurre y que nos den soluciones, esto se fundamenta en el modelo médico desde donde emerge la psicología clínica. Las familias y parejas e individuos que consultan, regularmente preguntan qué tienen, qué pueden hacer, cómo solucionan la queja, etc., muchos de ellas/os, desesperados por el malestar psicológico de un hijo, pareja o de sí mismos. “Que difícil tarea es la de calmar el síntoma” ¿será eso lo más importante de un proceso de terapia psicológica?
Desde acá podemos pensar que el dolor o el malestar generado por la dificultad de un hijo, hija, mamá o papá, problemas en la relación de pareja, inseguridad y angustia sentida por una persona, todo esto tiene un sentido relacional, no aparece el dolor si no es función de un otro y del mundo, el sufrimiento habla por si solo y se presenta como un recurso que nos moviliza a la superación. La terapia es la elección que realizan las personas, es un espacio más para detenerse a hablar, sentir y entender, donde el terapeuta comienza a ocupar un lugar en el mundo de esa familia, pareja o individuo, un lugar de respeto y curiosidad, con un sustento teórico y metodológico que guía cada encuentro.
La declaración más sensata y honesta que me resulta en los procesos de terapia que acompaño, es mostrar a los consultantes que este constituye una propuesta relacional que se construye en conjunto, en donde la historia que han escrito de sus vidas no se puede cambiar, pero sí existe la posibilidad de visibilizar aquellas escenas que no les permiten avanzar, donde logren caminar con estos zapatos nuevos. La terapia implica hablar sobre sus vidas, sus relaciones y sus recursos, pero también sentir sus vidas, sus relaciones y sus recursos.
Caminar con zapatos nuevos entonces es un desafío, basado en la premisa de dejarnos fluir en el camino que transitemos en compañía de los otros.
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